A pesar de los avances en
geriatría y la variedad de recursos asistenciales con los que cuentan nuestros
mayores hoy en día, en muchas ocasiones nuestra sociedad (y casi sin darnos
siquiera cuenta) tiende a considerar a los ancianos como a “trastos viejos”, sin ninguna utilidad;
meros entes que miran la poca vida que les queda correr ante sus ojos. Muy
pocas veces pensamos que son un foco de experiencia, de sabiduría, que siguen
necesitando participar en la sociedad y, sobre todo, que siguen necesitando
nuestro cariño.
-El trato que reciben los
mayores.
Sobre las personas ancianas, al
igual que ocurre con otros grupos sociales, existe todo un cúmulo de
prejuicios y estereotipos que entorpecen la aparición de una visión positiva de
la vejez. Se les percibe como personas cansadas, muy tradicionales, ancladas en
el pasado, aburridas, dependientes, solitarias… Estos prejuicios pueden provocar que, en ocasiones, los familiares y/o amigos del anciano no le
dispensen el trato más correcto, ya sea mediante conductas verbales
inapropiadas, agresividad, falta de apoyo, descuido en la higiene o
alimentación (si el anciano es dependiente), aislamiento, etc.; todo ello con
fatales consecuencias para el bienestar físico y psicológico del anciano. Si a
la aparición de ciertas actitudes discriminatorias unimos las pérdidas que
suelen ocurrir en esta etapa vital (pérdida del trabajo por la jubilación,
muerte del cónyuge u otros familiares y amigos, pérdida de alguna capacidad
como consecuencia de alguna enfermedad, etc.) y la difícil situación
socio-económica (crisis, pensiones insuficientes, pocos recursos sociales,
etc.) la vejez puede convertirse en un periodo realmente complicado; un final
del camino con muchas cuestas.
En algunos casos, son las propias
personas mayores las que (por ejemplo, una vez se jubilan) creen en ese enfoque
“triste” de la última etapa de sus vidas, por lo que se ajustan a esa
determinada forma de ser, algo que puede provocarles problemas de depresión,
ansiedad o soledad si su forma de ser anterior no encaja con la visión que los
de su alrededor, y él mismo, tienen de la vejez. Sin embargo, el percibir la
propia vejez de un modo u otro depende en gran medida de la personalidad del
anciano, de su nivel educativo, de la preservación de sus capacidades cognitivas,
de su estado de salud y de su autoestima.
-Los pilares de la autoestima.
La vejez es una ciclo vital que
pone en serio riesgo la autoestima personal. Por un lado, el cambio de rol
social (de trabajador a jubilado, por ejemplo) puede ser peligroso para la propia
valoración que un anciano realiza de sí mismo si, por ejemplo, toda su vida
estaba centrada en torno al trabajo, ya que puede llegar a sentirse una persona
inútil, sin valor, sin nada que hacer. Lo mismo ocurriría en otro anciano que,
acostumbrado a realizar únicamente ejercicio físico en un cierto nivel (sin cuidar sus
relaciones sociales), sufriera una enfermedad que le impidiera siquiera salir a
caminar todos los días. Por tanto, conforme vamos haciéndonos mayores conviene
dividir los pilares de nuestra felicidad entre las diversas opciones que la
vida nos ofrece; es decir, ir forjando diferentes áreas en las que nos sintamos
útiles y satisfechos en nuestra vida, algo que favorecerá una vejez más rica y
preservará nuestra autoestima en caso de que uno de esos pilares se derrumbe.
En el caso de ancianos residentes
en instituciones (residencias, hospitales geriátricos, centros de día, etc.),
su autoestima dependerá, además de todo lo anterior, del trato recibido en la
misma, de los servicios que la institución ofrezca, de las relaciones sociales
que el anciano haya establecido y de cómo se mantenga la relación familiar
(frecuencia de visitas, apoyo social, emocional e instrumental de la familia,
etc.). En este punto resulta fundamental destacar que muchos ancianos, por
diversos problemas (demencias, síndromes de inmovilización provocados por enfermedades crónicas u otros) son
completamente dependientes para todas las actividades básicas de la vida
diaria; sin embargo, es fundamental intentar preservar su autoestima y dignidad
personal.
-Dignidad personal en ancianos
dependientes.
Con aquellos ancianos, sean nuestros pacientes o nuestros familiares, que no se pueden mover, que no pueden hablar o que ni
siquiera parecen entender lo que decimos o hacemos, es especialmente importante
ser cuidadosos y cariñosos. Puede que un anciano pierda (por diversas
circunstancias) calidad de vida, pero nunca debe perder su dignidad personal.
Esto se traduce tanto en la necesidad de llevar a cabo sus cuidados de forma
rigurosa y efectiva (higiene y aseo personal, curas o toma de medicación, entre
otros) como en seguir hablándoles, teniéndoles en cuenta, darles cariño y
hacerles compañía. Un "buenos días",
un beso, una caricia o una simple sonrisa, todas esas cosas que en nuestra
sociedad han quedado relegadas como algo insustancial, pueden suponer la
felicidad de un anciano dependiente.
Todo esto no es más que una
pequeña aproximación a la gran problemática psicosocial que plantea la vejez.
Lo importante es dejar de manifiesto que tenemos que procurar entender las necesidades
y los cambios de nuestros ancianos, desde la perspectiva más proactiva y
positiva posible, y por otro lado (para cuando nosotros lleguemos a esta edad)
saber que es importante cuidar no sólo nuestra salud, sino también nuestra mente.
Finalizo este post, por un lado, con el tráiler de la película “Arrugas” (basada en el cómic homónimo)
que os recomiendo encarecidamente; es una muy buena reflexión sobre los cambios
que produce la vejez y la enfermedad de Alzheimer.
Y por otro, con la fantástica
canción de Amaral “Olvido”, que me emociona
cada vez que la escucho. Porque un anciano con Alzheimer puede olvidar muchas
cosas, pero jamás olvidará sus sentimientos.
David Olivares Valles
@davipsico
No hay comentarios:
Publicar un comentario