viernes, 14 de febrero de 2014

La autoestima en la tercera edad.


A pesar de los avances en geriatría y la variedad de recursos asistenciales con los que cuentan nuestros mayores hoy en día, en muchas ocasiones nuestra sociedad (y casi sin darnos siquiera cuenta) tiende a considerar a los ancianos como a “trastos viejos”, sin ninguna utilidad; meros entes que miran la poca vida que les queda correr ante sus ojos. Muy pocas veces pensamos que son un foco de experiencia, de sabiduría, que siguen necesitando participar en la sociedad y, sobre todo, que siguen necesitando nuestro cariño.

-El trato que reciben los mayores.

Sobre las personas ancianas, al igual que ocurre con otros grupos sociales, existe todo un cúmulo de prejuicios y estereotipos que entorpecen la aparición de una visión positiva de la vejez. Se les percibe como personas cansadas, muy tradicionales, ancladas en el pasado, aburridas, dependientes, solitarias… Estos prejuicios pueden provocar que, en ocasiones, los familiares y/o amigos del anciano no le dispensen el trato más correcto, ya sea mediante conductas verbales inapropiadas, agresividad, falta de apoyo, descuido en la higiene o alimentación (si el anciano es dependiente), aislamiento, etc.; todo ello con fatales consecuencias para el bienestar físico y psicológico del anciano. Si a la aparición de ciertas actitudes discriminatorias unimos las pérdidas que suelen ocurrir en esta etapa vital (pérdida del trabajo por la jubilación, muerte del cónyuge u otros familiares y amigos, pérdida de alguna capacidad como consecuencia de alguna enfermedad, etc.) y la difícil situación socio-económica (crisis, pensiones insuficientes, pocos recursos sociales, etc.) la vejez puede convertirse en un periodo realmente complicado; un final del camino con muchas cuestas.

En algunos casos, son las propias personas mayores las que (por ejemplo, una vez se jubilan) creen en ese enfoque “triste” de la última etapa de sus vidas, por lo que se ajustan a esa determinada forma de ser, algo que puede provocarles problemas de depresión, ansiedad o soledad si su forma de ser anterior no encaja con la visión que los de su alrededor, y él mismo, tienen de la vejez. Sin embargo, el percibir la propia vejez de un modo u otro depende en gran medida de la personalidad del anciano, de su nivel educativo, de la preservación de sus capacidades cognitivas, de su estado de salud y de su autoestima.

-Los pilares de la autoestima.

La vejez es una ciclo vital que pone en serio riesgo la autoestima personal. Por un lado, el cambio de rol social (de trabajador a jubilado, por ejemplo) puede ser peligroso para la propia valoración que un anciano realiza de sí mismo si, por ejemplo, toda su vida estaba centrada en torno al trabajo, ya que puede llegar a sentirse una persona inútil, sin valor, sin nada que hacer. Lo mismo ocurriría en otro anciano que, acostumbrado a realizar únicamente ejercicio físico en un cierto nivel (sin cuidar sus relaciones sociales), sufriera una enfermedad que le impidiera siquiera salir a caminar todos los días. Por tanto, conforme vamos haciéndonos mayores conviene dividir los pilares de nuestra felicidad entre las diversas opciones que la vida nos ofrece; es decir, ir forjando diferentes áreas en las que nos sintamos útiles y satisfechos en nuestra vida, algo que favorecerá una vejez más rica y preservará nuestra autoestima en caso de que uno de esos pilares se derrumbe.

En el caso de ancianos residentes en instituciones (residencias, hospitales geriátricos, centros de día, etc.), su autoestima dependerá, además de todo lo anterior, del trato recibido en la misma, de los servicios que la institución ofrezca, de las relaciones sociales que el anciano haya establecido y de cómo se mantenga la relación familiar (frecuencia de visitas, apoyo social, emocional e instrumental de la familia, etc.). En este punto resulta fundamental destacar que muchos ancianos, por diversos problemas (demencias, síndromes de inmovilización provocados por enfermedades crónicas u otros) son completamente dependientes para todas las actividades básicas de la vida diaria; sin embargo, es fundamental intentar preservar su autoestima y dignidad personal.

-Dignidad personal en ancianos dependientes.


Con aquellos ancianos, sean nuestros pacientes o nuestros familiares, que no se pueden mover, que no pueden hablar o que ni siquiera parecen entender lo que decimos o hacemos, es especialmente importante ser cuidadosos y cariñosos. Puede que un anciano pierda (por diversas circunstancias) calidad de vida, pero nunca debe perder su dignidad personal. Esto se traduce tanto en la necesidad de llevar a cabo sus cuidados de forma rigurosa y efectiva (higiene y aseo personal, curas o toma de medicación, entre otros) como en seguir hablándoles, teniéndoles en cuenta, darles cariño y hacerles compañía. Un "buenos días", un beso, una caricia o una simple sonrisa, todas esas cosas que en nuestra sociedad han quedado relegadas como algo insustancial, pueden suponer la felicidad de un anciano dependiente.

Todo esto no es más que una pequeña aproximación a la gran problemática psicosocial que plantea la vejez. Lo importante es dejar de manifiesto que tenemos que procurar entender las necesidades y los cambios de nuestros ancianos, desde la perspectiva más proactiva y positiva posible, y por otro lado (para cuando nosotros lleguemos a esta edad) saber que es importante cuidar no sólo nuestra salud, sino también nuestra mente. Finalizo este post, por un lado, con el tráiler de la película “Arrugas” (basada en el cómic homónimo) que os recomiendo encarecidamente; es una muy buena reflexión sobre los cambios que produce la vejez y la enfermedad de Alzheimer.


Y por otro, con la fantástica canción de Amaral “Olvido”, que me emociona cada vez que la escucho. Porque un anciano con Alzheimer puede olvidar muchas cosas, pero jamás olvidará sus sentimientos.


David Olivares Valles
@davipsico

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