En los últimos años hemos asistido a lo que parece ser una
pérdida de confianza de la sociedad en nuestros dirigentes políticos (de uno u
otro partido), motivado por una serie de acontecimientos de gran magnitud
mediática en los principales órganos de gobierno: Innumerables casos de
corrupción, poca preocupación por problemas sociales, recortes en educación y
sanidad, reformas laborales “asesinas”, falta de inversión pública,
mantenimiento de cargos públicos innecesarios, sueldos excesivos a políticos,
etc. La lista se podría hacer interminable. Todo ello ha llevado incluso a que,
a día de hoy, se les considere despectivamente como una “clase” política (y en
las últimas semanas, hasta una “casta”). Pero, analizándolo desde la
perspectiva psicológica, ¿qué es lo que provoca esta aversión hacia los
políticos? ¿Está siempre justificada? ¿Hay alguna reacción mental que explique
por qué parecen haberse convertido en el mal último de esta sociedad? Y, por el
contrario, ¿qué es lo que hace que algunos partidos sigan teniendo infinidad de
fieles seguidores a pesar de sus prácticas poco éticas? Intentemos dar
respuesta a estas preguntas desde la óptica psicológica, y de la forma más
neutral posible.
-Las actitudes y sus componentes.
Como todo buen estudiante de Psicología sabe, una actitud se
define como una tendencia psicológica,
favorable o desfavorable, hacia un objeto o entidad concreta, y está formada
por 3 componentes que suelen tener una relación lógica: Cognitivo (lo que
pensamos sobre algo), conductual (las acciones y comportamientos en relación a ese
objeto) y afectivo (los sentimientos que nos provoca). De esta forma (y como
mero ejemplo práctico) una actitud hacia un político concreto o hacia un partido
en particular podría formarse de la siguiente manera:
Ante una noticia como “se
recorta el presupuesto para becas”, considerada negativa para la sociedad,
puedo pensar “los políticos son unos
sinvergüenzas” (componente cognitivo), puedo dejar de votar al partido que
ha promovido esa medida o incluso ir a una manifestación en contra (componente
conductual), y puedo sentir pena por aquellos amigos o allegados que tendrán
que dejar sus estudios (componente afectivo). Así, ya tenemos formada nuestra
actitud. Ello puede incluso (llevado al extremo) producirnos el rechazo de
personas que tengan una ideología política relacionada con esa medida concreta,
algo muy en relación con los estereotipos y los prejuicios.
-Estereotipos y prejuicios. El prisma de una actitud.
Una vez formada una determinada actitud, resulta muy difícil
romperla. Es más, la misma puede dar lugar a toda una compleja red de estereotipos
(creencias generalizadas sobre un determinado grupo social) y de prejuicios (tienen
que ver más con la parte afectiva negativa, con los sentimientos desagradables
hacia ese grupo) que se podrían romper si estuviéramos expuestos a una gran
cantidad de información contraria al estereotipo, o a un ejemplo que rompiera
realmente esa actitud. En el caso de los políticos, es algo por desgracia muy
difícil a día de hoy. Ya que, ¿cuántos políticos han dimitido después de
descubrirse que han sido corruptos? ¿O cuántos han pedido disculpas por sus
malas prácticas? ¿Habéis oído que alguno se baje el sueldo o se quite algún
coche oficial? La propia actitud actual de los políticos hacia los ciudadanos
(algo que daría para otro post, y de los largos) hace muy complicado que rompamos nuestra
actitud negativa hacia ellos, y por tanto, que cambiemos nuestros estereotipos.
Por otro lado, este mismo mecanismo es el que explica la
fidelidad de unos seguidores acérrimos o unos afiliados a su partido político.
Por determinadas causas (valores en la educación, participación política
activa, situación social o económica determinada, tradición familiar, etc.),
una persona puede haber desarrollado una actitud favorable (en sus 3
componentes) hacia las prácticas o ideales de un determinado partido, y por lo
tanto, ver todas sus actuaciones bajo el “prisma” o foco provocado por su
actitud. Esto podría provocar incluso que se acabara estando de acuerdo con un
determinado acto del partido con el que en principio podríamos estar en
desacuerdo, o que una misma actuación la veamos como favorable o desfavorable
dependiendo de si viene de la corriente ideológica con la que me identifico o
de la contraria (algo realmente frecuente). Como ejemplo, ante la noticia “el gobierno abarata el despido y congela las
pensiones”, influenciados por
nuestra actitud y nuestros estereotipos podemos pensar que “es una medida necesaria ante la crisis”
o que “es un ataque al estado del
bienestar”.
A pesar de todo esto, que la desafección política sea el
resultado de actitudes desfavorables no justifica, ni mucho menos, las
prácticas poco éticas llevadas a cabo por los gobiernos a día de hoy. Y por
otro lado, también es cierto que en esa desafección influyen asimismo otros
muchos componentes y variables (económicas, financieras, etc.) que afectan a la
delicada situación socio-política que tenemos en la actualidad, además de otros
muchos procesos estudiados por la psicología social dignos de un análisis más
exhaustivo (atribuciones causales, sesgos atribucionales, etc.). Sin embargo,
conocer lo que es una actitud, cómo se forma, sus componentes y sus
consecuencias puede ayudarnos a formar una opinión propia, a ser más críticos,
a no estar de acuerdo (o en desacuerdo) con todo lo que se nos cuenta, a no ser
un “borreguito” más que sólo opina lo que opina la “masa”. Formemos nuestras
propias actitudes, tengamos nuestros propios pensamientos y tomemos nuestras
propias decisiones.
Finalizo con otro vídeo de Amaral, cuya letra e imágenes
plasman esta desafección de forma clara, irónica y violenta.
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